Carlo Bonfiglioli
IIA - UNAM
Oct 4
14:30 hrs.
Instituto de Investigaciones Antropológicas
Hago trabajo de campo en una comunidad del
alto río Conchos, en la sierra Tarahumara, desde 1987. Pese a que mi pasión por
la fotografía viene de lejos, durante mis primeras estancias de trabajo—las más
largas—no tomé ninguna fotografía de la sierra, ni siquiera de aquellos
rarámuri con quienes vivía. Hoy lamento no contar con ese registro; sin
embargo, haber iniciado mi trabajo de campo sin cámara en mano fue para bien.
La cámara despierta suspicacias que en ese contexto no venían al caso.
Tomé las primeras fotografías con una
camarita de bolsillo, diez años después de mi llegada a la sierra y casi por
juego. Desde 2004 utilizo una cámara digital --también de bolsillo. El uso de
lo digital ha sido una mini-revolución en mi relación fotográfica con la gente.
Disparo. Enseño. Ríen. Disparo nuevamente. Se divierten. Lo que sigue es una
progresiva familiarización con la cámara, hasta llegar a olvidarse de ella.
Cuando los rarámuri preguntan ¿para qué son
las fotos? Les contesto “para no olvidar y para enseñar”, palabras sencillas,
pero que logran explicar la razón de mis fotografías, su vinculación con el
trabajo de campo, el trabajo en la universidad. No dan cuenta, claro está, de
un componente más difícil de traducir y que tiene a que ver con mi sentir estético
y emocional.
La fotografía como memoria es algo nuevo
para los rarámuri. El día que les mostré las fotografías en blanco y negro y el
video que habían tomado François Lartigue y Scott Robinson a finales de los
sesenta, percibí que estaba asistiendo a un hecho insólito. Descubrir a sus
pares inmortalizados en el papel despertó gran curiosidad y estupor, sobre todo
cuando se enteraban de que las únicas personas que no reconocían en las
fotografías eran ellos mismos. Algo normal para quienes no estaban acostumbrados
a usar un espejo.
En 2005 los acompañé por primera vez al
desierto, viaje en el que se mezclan el propósito de la colecta de la medicina
con aspectos iniciáticos. Llevé mi cámara. Recuerdo que no me atreví a sacarla,
creo que por respeto a los límites. No pasó mucho tiempo sin que uno de ellos
me preguntara por la cámara “ (…) para que nos saque un foto.” Me pareció
cuando menos curioso que en un momento tan especial fueran ellos quienes
quisieran un retrato, un recuerdo de viaje. Me sentí gratamente corresponsable
por haber alentado un estilo, por más insólito que fuera. Pero también tomé
conciencia de haberme convertido en su fotógrafo de confianza, hecho del que
también me siento gratificado.
1
5 meses después de esa salida, en marzo de
2007, organizamos la “raspa” que le debíamos a Jíkuri, a manera de pago por el
apoyo recibido. Las imágenes que presento documentan esos acontecimientos.
El título escogido para esta pequeña
exposición --“Siguiendo la medicina que dejó Onorúame (el demiurgo)”-- es un
aforismo estrictamente relacionado con la fotografía que aparece en el cartel.
Es lo que estaba cantando el chamán cuando tomé la fotografía, momento también
de comunicación con Jíkuri y Onorúame. "Seguir el jíkuri" no apunta a
la búsqueda de caminos individuales sino colectivos. Búsqueda orquestada por el
chamán para producir –-a través del sueño, del canto y de la danza—la
confluencia de caminos anímicos que conducen al re-equilibrio de las relaciones
y, en última instancia, a la sanación.
Carlo Bonfiglioli